Algunos rasgos culturales de los antiguos vaqueros Torrestío: lengua y cultura, apellidos y endogamia
Una característica de estos vaqueros es que, tanto en Torrestío como en la residencia de invierno, poseen su “casería” (conjunto de casa, cuadras, a veces hórreo y fincas) en propiedad. Antiguamente, según el estudio de Julio A. Vaquero Iglesias (“Sociedad familiar, familia troncal y vaqueiros de alzada en el Concejo de Llanera en el siglo XIX”, 1986, reeditado en Materiales de Antropoloxia ya Hestoria. Academia de la Llingua Asturiana) y declaraciones de algunas personas del concejo de Siero y Llanera, la casería de invierno en gran número de casos era arrendada. Sin embargo, es necesario notar que con el paso del tiempo esa casería de invierno fue cobrando importancia y en los momentos actuales quienes conservan la doble casería poseen mejores casas y fincas en Asturias que en Torrestío. Justo lo contrario de lo que sucedía hasta hace un siglo. Rosa María Rodríguez Fernández menciona el legado hereditario que dejan los dueños de casa El Balloto, vaqueros que bajaban a invernar a Parades (Las Regueras) en 1922, y que asciende a 7.424 pts. de la época. En el mismo se puede observar que de los bienes inventariados en Parades, la casa y huerta que rodea a la misma la llevan en renta, mientras que en Torrestío poseen casa propia, con huerta adyacente, corral y un hórreo, en el casco del pueblo, más otro trozo de casa destinada a cuadra y pajar (véase “Vaqueros de Las Regueras y de Llanera” en Estudios ofrecidos a José Manuel González. La Piedriquina, 2006, págs. 185-2003). Este dato, junto con lo que nos dice Julio A. Vaquero y algunas otras observaciones realizadas por nosotros mismos, nos lleva a pensar que, posiblemente, los vaqueros de Torrestío gozasen de bienes libres en dicho pueblo antes que en la alzada de invierno pero que pronto vieron la necesidad de invertir en esta última, tal vez motivados por el resurgir económico de la Asturias central.
En uno y otro lugar de alzada desarrollaban hasta finales de los años sesenta una agricultura de subsistencia, de acuerdo con las exigencias del clima: En la casería de la marina cultivaban fabes, maíz, patatas, trigo, escanda, centeno y verdura mientras que en Torrestío cosechaban arvejos (guisantes), lentejas, garbanzos, trigo, centeno y cebada que sembraban en bancales por las laderas de las colinas cercanas al pueblo. De hecho, aún hoy pueden observarse fácilmente las huellas de antiguos sembrados en las praderías del Pico El Castru, La Andeiza, La Tiñosa etc; fincas privadas que en su mayoría siguen perteneciendo a descendientes de antiguas familias vaqueras. El cereal se cortaba a mano con hoz (foz), generalmente se cosechaba en andechas a las que concurrían varios vecinos y, con frecuencia, tenían lugar a la luz de la luna para que el trigo no desgranase y porque así la gente podía reunirse con más facilidad. Estas andechas siempre tenían un aire de encuentro y festejo y los dueños de la cosecha ofrecían anís y galletas a los asistentes (información proporcionada por Dorsina Álvarez y Josefa Suárez, vaqueras de Torrestío). Después, el grano se trillaba en las corras con máquinas que subían de Babia para tal efecto. Las legumbres también se desgranaban, pero a mano (mayando con manales) y se aireaban (aventaban) para quitar la cáscara (la poxa). Generalmente esto era obra de las mujeres y en todo el proceso las familias se ayudaban unas a otras. El espíritu de ayuda siempre estaba presente y en momentos de faena las rivalidades entre estantes y vaqueros pasaban desapercibidas. La canción asturiana e incluso la gaita no eran infrecuentes para celebrar el “ramu” o final de la recogida de la yerba. Un dato cultural sobre la recogida de la yerba, que diferenciaba a Torrestío de su vecino pueblo babiano Torrebarrio, es que las mujeres del primero nunca conducían la pareja de bueyes o vacas que tiraba del carro. Esa función, como la de cargar la yerba en el carro, la realizan los varones. La siega también la hacían los hombres, a guadaña, ayudados por segadores asturianos que iban a Babia durante el verano para ganarse unas pesetas extra. Estos segadores decían que, cuando llegaban a Torrestío, se encontraban como en Asturias al escuchar bable y ver costumbres que les eran familiares. Agradecían, por ejemplo, que las familias les llevaran de merienda al prado tortillas de patata y menos carne curada como hacían en los pueblos de Babia.
Los pastos y la derrota (acuerdo entre los vecinos para pastar en común los prados y tierras particulares una vez recogida la cosecha) se regulaban en concejo público, presidido por el Presidente de la Junta Vecinal. De allí salían las ordenanzas y acuerdos que habían de seguirse, así como cualquier otro tema relacionado con las necesidades y obligaciones del pueblo. En concejo se acordaba la sextaferia, el sueldo del guarda que vigilaba la entrada de animales a las fincas particulares y el importe de la multa (prindada). El dueño del animal tenía que abonar al guarda la prindada, según el animal fuese ovino y caprino, vacuno o caballar y si entraba en las fincas de día o de noche (el importe por la noche ascendía al doble que el del día). Y en estos concejos tanto pesaba la opinión de los estantes como la de los vaqueros. Con los acuerdos tomados se construían las ordenanzas que habrían de regir la vida común en el pueblo.
La ganadería ha sido siempre el principal recurso de los vaqueros. Ganadería vacuna y algo de caballar para el trasporte familiar durante la trashumancia y para ejercer la arriería. Algunas familias poseían también un pequeño rebaño de ovejas. Unas de raza asturiana, xalda, y otras merinas, probablemente adquiridas a los pastores de los grandes rebaños que trashumaban desde Extremadura a los puertos de Torrestío cada primavera.
Las vacas dormían en los pastos de altura, guardadas por perros mastines a los que sus dueños llevaban la comida cuando subían a ordeñar. La leche era trasportada en lecheras o bidones, a mano, a la espalda o en caballerías y no se llegó a comercializar hasta finales de los años 60, cuando una empresa lechera empezó a subir a recogerla al pueblo con un camión. Hasta entonces, la leche se desnataba y con la nata se hacían mantecas que se vendían al peso a un recogedor que iba de puerta en puerta, al igual que sucedía en el resto de Babia. La diferencia era que en Torrestío nunca hubo lechería comunitaria. La gente iba a desnatar a las casas de las familias que tenían desnatadora y pagaban un tanto por cada litro desnatado. Pero pronto muchas familias pudieron comprar su propia desnatadora doméstica.
Siendo los animales el sustento principal de los vaqueros, no es de extrañar que entre ellos surgieran personas que dominaban las artes sanadoras por medio de ungüentos, cataplasmas y brebajes elaborados con plantas medicinales. Algunos hijos de curanderos se convirtieron en castradores oficiales de ganados, obteniendo el diploma acreditativo en la facultad de veterinaria de León al comienzo de los años cincuenta, como fue el caso de dos hijos de Genaro Barrera. Frente a la ciencia veterinaria y a las artes curanderas coexistían alternativas esotéricas, protagonizadas por mujeres. Hubo hasta los años 60 al menos dos mujeres que con su cuerno legendario pasaban el agua a quienes solicitaban su ayuda para quitar el mal de ojo a personas y a animales, y había quien creía más en sus poderes que en los de la ciencia y la experiencia.
En Torrestío se hablaba asturiano o lo que también se conoce como bable central. El mismo que se hablaba en Las Regueras, Llanera, Gijón. Este fenómeno es un claro ejemplo de la tendencia que tiene el hablante a identificarse con la lengua de la cultura por la que siente más aprecio. A diferencia de lo que ocurre en los pueblos vecinos de Saliencia, Páramo, La Focella o en los de Babia, los vaqueros de Torrestío ni palatalizan ni diptogan. Llevaron consigo la lengua de la morada de invierno y en la toponimia del pueblo quedaron sus huellas: La LLucia, El Cuetu, Picu el Castru, Les Llames, Los Fontanales, La Foz Les Cascarines, Les Llombes, Refuexu,... Si bien algunas veces estos topónimos se pueden escuchar castellanizados (pronunciados Las Lombas, Las Llamas…) por algunos con residencia permanente, seguramente influidos por los intercambios lingüísticos con Babia.
La misma huella ha quedado en los nombres de los aperos de labranza: esquiles, cencerres, mollides, xugos, cornales, sobeos, albardes, alforxes, paxos, ferradures, garabatus, picus, focetes… y también en la denominación de los animales: vaques, xatos, oveyes, y hasta al estiércol se le dice cuchu, en lugar de cuitu que dirían en pachuezo los babianos.
Hasta los años setenta del siglo pasado en la fiesta de Sacramento había músicos que tocaban la gaita (Enemesio era uno de los populares) y el acordeón y se podía ver gente que bailaba la jota y otros bailes asturianos, como el Xiringuelu o el Quirosanu. Cuando los músicos comenzaban a tocar el chano y la jota de Babia, eran los babianos y algún estante los que salían a bailar en grupo. Curiosamente, los vaqueros no sabían bailar el chano, baile de suave pisar y ritmo acompasado por los movimientos de los brazos.
La cocina tradicional asturiana también fue llevada a Torrestío y, de vez en cuando, el pote era de fabada y el arroz con leche asturiano siempre era el de la receta asturiana: litro de leche por pocillo de arroz y remover y remover a fuego lento hasta que se consuma la leche. Receta y producto bien diferente a otras recetas de arroz con leche.
¿Y qué decir de la cultura material? El hórreo es un elemento que los vaqueros fueron integrando poco a poco al paisaje de Torrestío y como consecuencia este es el pueblo de Babia que posee el mayor número de estas edificaciones, algunas netamente de tipo asturiano. (véase González Arpide, J.A.: Censo y catalogación de los hórreos leoneses. KOBIE, nº 2. Diputación Foral conjunto de Vizcaya, 1987).
De los apellidos de vaqueros que aparecen en los censos de Torrestío antes mencionados destacamos los siguientes: Álvarez Argüelles, Álvarez Ciego, Álvarez del Corral, Álvarez Ballota (Balloto?), Álvarez Ciego, Álvarez Montaña, Álvarez de la Reguera, Álvarez de la Biesca (y Viesca), Argüelles, Boyso, Cabrero, Carril, Carril Baragaña, Deaparicio, Feito, Flórez, García del Campillo, García de la Puente, Lorenzo, Nieto, Pérez, Rodríguez, Rodríguez (alias Barrera), Rodríguez Pruvia y Sirgo, apellido este último que se repite un mayor número de veces. Como se puede observar, algunos de los segundos apellidos Reguera, Baragaña, Biesca o Viesca y Pruvia son topónimos indicativos del barrio o lugar donde viven en Torrestío o en la residencia de invierno.
En la relación de vecinos y residentes que tienen derecho a ser inscritos en el censo electoral de San Emiliano por ser mayores de 23 años (y que se hallan en Torrestío en el momento de la confección de la lista en 1934) perviven apellidos pertenecientes a familias vaqueras perfectamente identificables hoy día: Álvarez, Argüelles, Bobes Álvarez, Cabrero, Colado, Flórez, Fuente, García, Lorenzo, Rodríguez, Rodríguez Barrera, Puente y Viesca.
La endogamia grupal, característica de los pueblos vaqueros (aunque también existente en otras zonas rurales aisladas), fue practicada en Torrestío hasta épocas bastante recientes y ello obedece a razones de pura lógica: la convivencia durante el verano en el mismo lugar y la pervivencia de la antigua costumbre de utilizar el matrimonio como instrumento para ampliar la casería y reforzar el poder familiar. Las mujeres de Torrestío se casaban con vaqueros, con asturianos y algunas veces con estantes de Torrestío, pero muy raramente con babianos. Consideremos, por ejemplo, el árbol de una familia vaquera de ocho hijos: Manuel Rodríguez (familia Lince, que pasan el invierno en la Barganiza, Llanera) casado con Rita Rodríguez (familia Barrera que baja a La Braña, Las Regueras). Contraen matrimonio hacia mil novecientos y tienen tres hijos, que casan con mujeres residentes en Asturias (Oviedo, Llanera y Gijón) y cinco buenas y guapas mozas, según cuentan en el pueblo. Dos de ellas enlazan con residentes en Asturias, dos con vaqueros torrestianos que inviernan en Lugo de Llanera y otra con un descendiente de vaqueros que pasaban el invierno en Limanes (Oviedo) y que se convierte en estante de Torrestío.
El anteriormente mencionado estudio de Julio Antonio Vaquero sobre la sociedad familiar en Llanera demuestra la endogamia grupal de los vaqueros del concejo, casándose con parejas de Llanera o de otros lugares pero que todas ellas alzaban a Torrestío : “excepto en un solo caso en que la novia no es vecina de Torrestío el resto de los matrimonios se realizan siendo el novio y la novia vaqueros como lo demuestran sus apellidos y su vecindad de Torrestio” (Op cit., págs. 74 y 75).
P. Gómez Gómez dice a propósito del tema “La estadísticas nos confirman que la comunidad de Torrestío es una comunidad con una tradicional tendencia endogámica de grupo y geográfica. Según mis cálculos al menos el 65% de los emparejamientos fue entre miembros del grupo y el 25% de los contrayentes eran originarios de los concejos de Llanera, Siero y Las Regueras” (Los asturianos, los vaqueiros de alzada y el mito de la raza, Universidad de Oviedo, 2013. Pág. 159).
La endogamia entre los vaqueros de Torrestío se origina, como parece bastante lógico, por contacto en dicha residencia de verano. No importa el concejo asturiano al que bajen las familias a pasar el invierno, ni que los contrayentes hayan nacido en uno u otro lugar. La tendencia predominante ha sido casarse entre ellos. En segundo lugar se casaban con residentes en los concejos asturianos de alzada de invierno, bien para poder continuar la tradición vaquera o para fijar su residencia en Asturias. Esa preferencia al matrimonio con vaqueros que bajan a la Asturias central o con residentes en los concejos donde invernaban, o en sus limítrofes, es un dato significativo de la cultura dominante en el pueblo.
La isla lingüística y cultural mantenida en Torrestío respecto a sus vecinos de Babia por el sur y Somiedo por el norte es un hecho todavía visible en la lengua, las costumbres, la gastronomía, el folclore y en las propias señas de identidad de los vaqueros de este pueblo. Creemos que esa tendencia a asimilar la cultura de la Asturias central ha sido un fuerte detonante a la hora de abandonar la alzada y convertirse en estantes o sedentario en Asturias en lugar de en Babia.
Pablo Barriada. Profesor de Historia de IES.
Mª Teresa Rodríguez. Descendiente directa de vaqueros e impulsora de la Ruta Vaqueros de Alzada Torrestío-Las Regueras.
NB. Nuestro agradecimiento a Pedro Busto por la cesión de fotocopias de los documentos del archivo de Simancas mencionados en este artículo, por su aportación blibliográfica y generosa disposición a colaborar en el tema de los vaqueros de alzada de la Asturias central.
Extracto del libro: "San Emiliano: 100 años"