“Los vaqueros de alzada”, pregón pronunciado en San Martín de Biedes (Las Regueras) por una descendiente de la familia vaquera de “Casa Genaro, La Braña”. En Torrestío conocida como “Casa Barrera”.
(Publicado en La Piedriquina nº 4, 1997)
Os preguntaréis por qué he aceptado pronunciar el Pregón de San Martín. Pues bien, la respuesta es sencilla. Recuerdos de infancia y querencias personales me ligan emocionalmente a esta época del año, -el veranín de Sanmartín, como solía decirse. Experiencias posteriores, lejanas en el tiempo y en el espacio a estas vivencias tempranas, me fueron demostrando lo importante que este tiempo (al igual que el de primavera) fue para mi; y como los ciclos estacionales, de idas y venidas a otros lares fueron forjando mi personalidad, influyéndome en la forma de sentir, de querer, de ver, de trabajar, de percibir la realidad; en definitiva, de entender la vida. Seguro que algo parecido ocurrió con muchos de vosotros. Somos producto de nuestra propia historia y el que esta comunidad parroquial perciba la vida colectiva de forma particular y en ocasiones radicalmente distinta a otras del concejo, sin duda alguna tiene algo que ver con el cruce y aceptación de las culturas de sus integrantes; con esa mutua influencia que, sin duda, se dio entre los vecinos residentes de todo el año y los que iban al puerto en la estación estival y eran herederos de las dos formas de vivir, la de aquí y la de allí. No me detendré en este tema, que con toda seguridad es amplio suficiente para un interesante trabajo antropológico. Pero quisiera que jóvenes y niños conociesen un poco de esta historia común.
También he aceptado hacer este pregón para brindar un testimonio de agradecimiento público, aunque póstumo en la mayoría de los casos, a todos aquellos vaqueros de la parroquia, que desde tiempos inmemoriales subiendo a la alzada en la primavera y regresando de nuevo en el otoño, cuando los rigores del frío apretaban, nos fueron dejando un legado cultural inigualable. Permitirme que nombre a estas familias, aunque algunas ya no suban al puerto, o no residan aquí. Casa Balloto, casa Pinón, casa Rufo, casa El Tato (ahora Taco) y casa Xiromo, en Parades. Casa Nolo en Recastañoso y finalmente, aunque primeros en mi corazón, los de La Braña: casa Ramonito y casa Genaro.
…. Asocio la festividad de San Martín con la idea de retorno, regocijo, sociabilidad y solidaridad. Retorno y regocijo porque eran por estas fechas cuando regresaban los vaqueros; cuando los hermanos, padres y abuelos volvíamos a estar juntos. Esta fiesta, pese a no ser la más festejada, es socialmente la más significativa de la parroquia, pues para ella ya se hallaba toda la comunidad junta. No es de sorprender que sea la patronal. Los vaqueros de Biedes, así como los del concejo limítrofe de Llanera y Oviedo pasaban sus veranos, generalmente desde abril a primeros de noviembre, en Torrestío, provincia de León, como todavía hacen en casa de Ramonito, en casa de Pinón y, en cierta manera también, los de casa de Rufo. Pero no crean los niños que este tipo de vida trashumante siempre fue como ahora, que se montan los animales en camiones, las gentes en sus coches y a menos de dos horas haber iniciado el viaje llaman por teléfono diciendo que han llegado sin novedad.
Hasta comienzo de los años sesenta se hacía esta trashumancia andando, en dos días. Salían de Torrestío al amanecer y dormían la primera noche en Quirós -o en Teverga, una vez construida la carretera- viniendo la segunda noche a pernoctar a casa los de esta parroquia, y al castañeo de Cartuchos, en Mariñes, los del concejo de Llanera. No se sabía ni el día, ni la hora de llegada.
Los niños ya estábamos aquí desde septiembre, para asistir a la escuela, y recuerdo perfectamente, que mi güelo (yo nunca le llamé abuelo), Genaro La Braña, con su experiencia y un sexto sentido adivinaba el día de llegada. Como los martes no se podría viajar, ("los martes ni te cases ni te embarques") y los viernes tampoco era buen día, pocos quedaban: o se llegaba un jueves, un domingo o un lunes. Generalmente era un domingo. Pasaba el día nervioso organizando la cuadra, preparando los comederos, poniendo un poco de yerba en los pesebres y sobre las cinco de la tarde empezaba a otear el horizonte en dirección al Aramo y pronosticaba el viaje: “van llegar pronto, hoy tienen buen tiempo". Mi güela pelaba castañas para hacer “pulgines” para cuando llegaran, Leonides (la tía soltera) preparaba la tortilla, y toda la casa parecía moverse al ritmo de la espera. Genaro, con la mano haciendo visera sobre los ojos, trataba de vislumbrar el camino y anticipar mensajes. De repente entraba en la casa y decía: "ya ta la cencerra n´a Venta l'Escamplero". Salíamos todas precipitadas a escucharla a la corrada y puedo aseguraros que se oía. En efecto, minutos más tarde llegaba la Navarra, una preciosa perra mastina que cuidaba el ganado. La abrazábamos y "afalagabámosla", como si de una persona se tratase, y le dábamos de comer. Poco después aparecía Josefa en una yegua cargada de enseres entre los que se encontraba ropas, comidas y hasta gallinas algunas veces. Nos besaba y avanzaba noticias del viaje. Ya, "entre ver y nun ver", como se denominaba a la penumbra, llegaba la vaca de la cencerra; a continuación el resto de la recua, y tras ella Juaco, con otra yegua y el chaval que ayudaba a cuidar los ganados y que llamaban el "criau", porque, ciertamente, habían de criarlo.
El abuelo pasaba revista a todo y sentenciaba: "¡Carajo, les novielles tan gordes esti año! Después, acomodaban el ganado y cenábamos. Los viajeros parecían cansados pero felices y, tras la cena, contaban los percances del viaje y daban noticias de los convecinos. Curiosamente, en esa sobremesa, mi abuelo no era el protagonista de la velada pues ni contaba historias de aparecidos ni mandaba rezar el rosario, como solía. Simplemente escuchaba y asentía por lo bajo. Eventualmente daba noticias de algún acontecimiento de la parroquia: muertes, bodas, nacimientos,..
Hasta aquí unos recuerdos emotivos. Unas pinceladas de emoción como dije al principio. Ahora voy a hablar un poco sobre los vaqueros de Torrestío. Fijaos que digo vaqueros, que no vaqueiros, como se denomina a los de Somiedo y Luarca. Los vaqueros de esta parroquia, si bien tenemos en común con aquellos la trashumancia estacional, la doble vecindad, y ciertas formas de vida, mostramos diferencias significativas. Por ejemplo en esta parroquia más que "vaqueros" se les denominaba "los del puerto" y en Torrestio se les llamaba “los de las marinas", en contraposición con los "estantes" o "invernizos", que son los que se quedan allí durante el invierno, pero nunca vaqueiros, pues como se sabe en el bable central no se diptonga.
A diferencia de los mencionados vaqueiros, que como muestran algunos estudios antropológicos, se sienten más integrados en la vecindad de verano que en la de invierno, en la que incluso eran menospreciados, los vaqueros de Las Regueras y Llanera priorizaron la cultura de la morada de invierno, con la que se encuentran más identificados. Es aquí donde tienen la casa "fuerte", como vulgarmente dicen. Consecuencia de este prestigio cultural son múltiples los rasgos asturianos que se observan en Torrestío: la lengua, o bable central, elementos arquitectónicos como el hórreo, formas de vestir, etc. El viajero que visite el pueblo se sorprenderá de ver una isla lingüística, donde se habla el bable central, mientras que en los restantes pueblos limítrofes se habla el occidental. Allí se pueden encontrar topónimos como las Llombas, la Llucia, la Vega, etc., que se pronuncian como aquí y no las Tsombas, la Tsucia y la Veiga, como lo harían en los pueblos vecinos.
Antiguamente las mujeres - comentaban en los pueblos cercanos a Torrestío- vestían moderno, a la manera asturiana, y así lo trasmite la copla:
Echaste saya pajiza
de bayeta colorada
vaqueira de Torrestío
pareces una asturiana.
Tenían fama de buenas mozas e infundían en los varones de aquellas montañas una mezcla de admiración y temor al casamiento. "Cortejen con asturianes, pero cásense con babianes"."Tienenus mieu", me decía, hace más de dos décadas, una antigua vaquera de LLanera, de casa de Lince, ya en sus setenta años. Una copla de cuando la guerra civil -no exenta de machismo- inmortalizó la belleza de alguna de las hijas de Rufo Pedro, y la antigua casa de aquel vaquero:
"Al entrar en Torrestío
lo primero que se ve
es el nido de una cigüeña
y debajo una mujer.
La mujer es cojonuda
y el que lo canta también".
(La casa de Rufo era una espléndida edificación medieval, lamentablemente ya derruida, que tenía en su tejado un nido de cigüeñas, donde anidaban todos los veranos).
Las mujeres vaqueras tenían, desde mi punto de vista, una virtud muy superior a su belleza: eran gentes garridas, autónomas, que sabían de sobrevivir y luchar solas. No es de extrañar que los babianos les tuviesen prevención. Fieles a su función llevaban la casa, compartían el trabajo de la tierra y de animales con sus hombres como cualquiera otra y, además, pasaban una buena parte del años realizando estos trabajos solas o con sus hijos, mientras aquellos iban a recoger la yerba al lugar de invierno o a realizar trabajos de arriería y curandería. Tenían una fuerza inmensa, a menudo disfrazada de silencio. Me viene a la mente el caso de Josefa Xiromo que da a luz a Ismael en Torrestío, en plena nevada de noviembre y en diciembre, aprovechando una mejoría del temporal, cruza el puerto de Las Navariegas, camino de Parades, a caballo, llevando al niño en los brazos y en compañía de su cuñada Josefa y de José- su esposo- que había ido a buscarla. Me pregunto si este duro despertar a la vida del niño Ismael tiene algo que ver con la fuerza y audacia que hoy posee. Seguramente que sí. Como decía, somos producto de nuestra historia.
Otras mujeres no vaqueras, pero que pasaron a formar parte de la familia por matrimonio, tuvieron que - y supieron – ponerse a la altura de las circunstancias, llegando incluso a desempeñar el papel de modo sobresaliente. Me estoy refiriendo a casos como el de Josefa, mi madre.
Los matrimonios, hasta épocas bien recientes, eran contratos de interés económico más que de amor tal como sucedía en casi todas las culturas antiguas. Los vaqueros se casaban entre sí para juntar tierras y ganados, de manera que en el pueblo de Torrestío había un alto índice de endogamia. Matrimonios entre vaqueros persistieron hasta hace pocas décadas, como es el caso de José Nola (de casa Bautista, familia vaquera de Piles), casado con Sabina, de familia vaquera de casa del Tato de Parades (apodado Ricarte en Torrestío). Pero desde comienzos de siglo ya hay un movimiento hacia la búsqueda de consortes en la morada de invierno o en la de verano, aunque siempre procurando hacerlo en la primera, pues es, sin duda, a la que ellos le otorgaban más prestigio. Así mi abuelo casa en Mariñes; Ramona Ramonito en Biedes y José Antonio en Carcabón; Josefa el Tato con José Xiromo, Juaco La Braña con Josefa Xiromo, Ramiro La Braña con Gloria Cartuchos, etc.... De este modo familias no vaqueras comenzaron a serlo, como es el caso de casa de Xiromo, o el de casa de Pinón, y otras, por el contrario, dejaron de serlo, como pasó en casa el Tato o Nola en Parades, y en casa Nolo de Recastañoso.
Eran los de "las marinas", como así se les llamaba en Torrestío, gente envidiadas por los que pasaban el invierno en aquellas tierras, y no es de extrañar, pues llegaban cuando nacían las primeras yerbas y se marchaban cuando aparecía el invierno. La rivalidad entre unos y otros ha sido, y sigue siendo, una constante. Aunque siempre se aducían cuestiones de derechos de pastos, la razón era muy otra: un enojo ancestral hacia aquellos convecinos que pudieron labrarse unas condiciones de vida algo mejores, huyendo del duro invierno para pasarlo al abrigo de las costas asturianas. Esta pequeña mejora de vida no estaba exenta de tributos que los invernizos les pasaban a su regreso. Algunos fueron especialmente graves, como la quema de la casa de Bobes, a finales del siglo pasado. Otros revestían más ingenio que gravedad, por ejemplo, el agujerear el tillado del hórreo y el fondo de las arcas con un berbiquí, para extraer el grano de manera limpia. En los hórreos de casa de Ramonito y de Josefa Xiromo aún hoy se pueden ver los agujeros. Claro que dicho invento duró poco tiempo pues el Ricarte, que tenía ganada fama de ser más agudo que ninguno, colocó losas y piedras entre el “tillo” y las arcas y frustró el plan para el invierno siguiente.
En varios de los pueblos de invierno de vaqueiros y vaqueros de alzada existían vigas de separación en las iglesias. En algunos lugares todavía se puede ver ese signo de marginación. Yo no tengo datos sobre la marginación de los vaqueros de esta parroquia; al contrario, he manejado algún documento donde se alude a vaqueros de esta parroquia que pertenecían a la cofradía parroquial y pagaban sus impuestos eclesiásticos. También está constatado en el catastro del siglo XVIII (Marqués de la Ensenada) que casi todos los vaqueros de aquí tenían la condición de hidalgos. Como se sabe ser hidalgo en Asturias no significaba gran cosa, pero sí era un dato indicativo de clase, de hombre libre que tenía alguna posesión. Si fue el signo de hidalguía la razón por la que no hayan sufrido marginación estos vaqueros (si es que ha sido así), entonces, tenemos que dar la razón al investigador Uria Riu cuando dice que las divisiones en las iglesias debían guardar relación con la clase social a la que pertenecían las personas y no a su condición de vaquero. He aquí otro tema a investigar.
Los vaqueros de Torrestío, seguramente por encontrarse este pueblo en el paso de la calzada romana que unía Asturica Augusta (Astorga) con Lucus Asturum (Lugo de Llanera), practicaban la arriería. Dice así la referencia catastral del XVIII: "Este pueblo tenía la característica de quedar desierto en otoño porque las gentes se iban a la costas de Asturias y volvían en primavera. Los vecinos eran arrieros, pero con sus viajes a la costa dicen que pierden un tercio de la ganancia,....que sus ganados con los viajes y los aires marítimos resultan más pequeños y de peor raza, y que valen mucho menos"(Como vemos ya entonces se utilizaban justificaciones para disminuir los impuestos). Que en esta parroquia haya habido arrieros es un dato de especial relevancia, pues los arrieros no solo eran portadores de frutos y salazones a Castilla, y de vinos a Asturias. Por su condición de viajeros traían y llevaban nuevas de un lugar a otro y eran gente abierta, que tenía la habilidad de transmitir y tomar elementos de otras culturas para enriquecer la propia.
Otros vaqueros eran también curanderos y más tarde castradores, o capadores, como decíamos aquí. Los nombres de Genaro primero, Ramiro y Juaco después seguramente que os evocan algún recuerdo. También ellos dejaron en la parroquia vivencias de sus lugares de trabajo en Quirós, Teverga, Riosa, Morcín, etc.
La estancia de verano de los vaqueros proporcionó a otros no vaqueros de la parroquia cauces para una economía suplementaria en el verano. Los segadores de yerba, que guadaña en ristre y pecho al descubierto se presentaban en Torrestio y en las Babías para segar praderías y venir con unos duros extra en los bolsillos e invertirlos en la parroquia: hombre jóvenes y menos jóvenes de Parades, Biedes, Recastañoso, La Estaca, etc., hicieron este trabajo estacional. Trajeron de vuelta algún dinero y múltiples recuerdos. Alguno, como Pachu Carmela, hasta trajo el nombre para su hija Adamina. ¡Sin duda, algo de la vida y el espíritu trashumante, arriero, y curandero dejó huella en esta parroquia!
Decía al principio que esta festividad de S. Martín la asocio con los conceptos de retorno, regocijo y solidaridad y sociabilidad. He expuesto los dos primeros. Me referiré ahora los otros:
Al día siguiente del retorno del puerto la vida volvía a la normalidad: las vacas iban a pacer a la Llaniza o Lluxu, se comenzaban a planificar las faenas de la estación: plantar los ajos, hacer la matanza, recoger las castañas, “esfoyar”, etc. He de señalar que muchas de estas faenas otoñales estaban marcadas por la ayuda mutua, por la solidaridad y la sociabilidad, al igual que las del verano, pero a diferencia de aquellas se caracterizaban por un ritmo más lento y sosegado, pues los trabajos no apuraban tanto y las noches eran largas. En mi memoria de infancia quedaron grabados estos acontecimientos más que como sesiones de trabajo como momentos de encuentro y distracción, pues la conversación, el chiste y la parodia salían a borbotones, sólo acallados con la buena comida y vino que ofrecían los anfitriones de la velada. Eran los tiempos en que no había televisión, pues sólo a partir de los años cincuenta se podía disfrutar de las noticias de algún aparato de radio comprado, generalmente, con los cuartos enviados por el pariente americano. Fueron años difíciles que como podréis imaginar serían imposibles de sobrellevar sin la ayuda solidaria de los vecinos y sin esa sociabilidad y espíritu extrovertido que se dio en esta comunidad vecinal, forjada en el cruce de culturas. Interculturalidad que originó la aceptación y el respeto mutuo que, espero, prevalezca siempre entre nosotros, como el más preciado legado”.
Mª Teresa Rodríguez Suárez,
16 de noviembre de 1997